Diario del Coach – ¿Y QUÉ?

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En coaching llamamos “quiebre” a lo que Rafael Echeverría identifica como una “ruptura de la transparencia”, un evento que interrumpe el fluir natural de los acontecimientos de nuestra vida. Por ejemplo: cuando conduzco, no centro mi atención en “tareas automáticas”, “transparentes”, lo que me permite ir hablando con un pasajero o pensar en lo que haré al llegar a mi destino. Un pinchazo es un quiebre, algo inesperado que requiere mi intervención.

Yo prefiero la palabra “circunstancia” a la palabra “problema” porque aquélla no tiene una connotación emocionalmente tan negativa y me permite gestionar el quiebre de manera más objetiva y acaso desafectada.

He observado que, en muchos casos, magnificamos la importancia del quiebre, lo observamos a través de una especie de lupa emocional que puede llegar a bloquear nuestra acción. En este caso, me resulta útil una pregunta sencilla pero a la vez contundente con la que relativizo la dimensión que en mi diálogo interno le doy al suceso: “¿y qué?”.

Al preguntar “¿y qué?” me doy permiso para pensar más despacio en las consecuencias que tiene para mí lo que interpreto como un problema, y acaso calmarme para buscar más fácilmente la solución que necesito. Sigamos con el ejemplo: “he pinchado, ¿y qué?”. Casi inmediatamente voy a verbalizar una solución. Con este truco mi mente busca alternativas de acción sin detenerse en imaginar los posibles escenarios negativos. Es una pregunta que me ayuda a “restaurar la transparencia” lo antes posible.

Al concepto “quiebre” añado el de “brecha de aprendizaje”: qué he de incorporar en mi conocimiento para solucionarlo. Acaso no sepa cambiar la rueda, pero aprenderé que el seguro de mi coche me brinda un servicio técnico que se desplaza al lugar para que alguien lo haga por mí o me enseñe a hacerlo.


En coaching llamamos “quiebre” a lo que Rafael Echeverría identifica como una “ruptura de la transparencia”, un evento que interrumpe el fluir natural de los acontecimientos de nuestra vida. Por ejemplo: cuando conduzco, no centro mi atención en “tareas automáticas”, “transparentes”, lo que me permite ir hablando con un pasajero o pensar en lo que haré al llegar a mi destino. Un pinchazo es un quiebre, algo inesperado que requiere mi intervención. Yo prefiero la palabra “circunstancia” a la palabra “problema” porque aquélla no tiene una connotación emocionalmente tan negativa y me permite gestionar el quiebre de manera más objetiva y acaso desafectada. He observado que, en muchos casos, magnificamos la importancia del quiebre, lo observamos a través de una especie de lupa emocional que puede llegar a bloquear nuestra acción. En este caso, me resulta útil una pregunta sencilla pero a la vez contundente con la que relativizo la dimensión que en mi diálogo interno le doy al suceso: “¿y qué?”. Al preguntar “¿y qué?” me doy permiso para pensar más despacio en las consecuencias que tiene para mí lo que interpreto como un problema, y acaso calmarme para buscar más fácilmente la solución que necesito. Sigamos con el ejemplo: “he pinchado, ¿y qué?”. Casi inmediatamente voy a verbalizar una solución. Con este truco mi mente busca alternativas de acción sin detenerse en imaginar los posibles escenarios negativos. Es una pregunta que me ayuda a “restaurar la transparencia” lo antes posible. Al concepto “quiebre” añado el de “brecha de aprendizaje”: qué he de incorporar en mi conocimiento para solucionarlo. Acaso no sepa cambiar la rueda, pero aprenderé que el seguro de mi coche me brinda un servicio técnico que se desplaza al lugar para que alguien lo haga por mí o me enseñe a hacerlo.

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