![]() Cada vez que me formulan una pregunta casi siempre puedo responder con una de mis palabras favoritas: depende. ¿Es mejor esto o aquello? Depende. ¿Qué prefieres hacer? Depende. ¿Cómo vas a enfrentarte a ese desafío? Depende. La palabra “depende” me gusta porque me proporciona poder. Dice el dicho que somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos, y pronunciar un estratégico “depende” como respuesta hace que me sienta más libre de escoger entre distintas opciones una vez valorada las circunstancias sin que por eso se ponga en entredicho la fiabilidad de mi palabra. La etimología del término es curiosa, dado que proviene del verbo latino “pendere”, colgar. Imagínate un péndulo, por ejemplo: que vaya a un lado o a otro obedece a las fuerzas que se ejercen sobre su peso, a un juego de equilibrios. Si lo que “cuelga” es nuestra respuesta podremos orientarla hacia un lado o hacia otro según nos parezca una vez analizada la conveniencia de una u otra opción. De esta misma etimología proviene la palabra “independencia”: cortar el vínculo (“in”) que hace que una cosa “penda” de otra. Es una ventaja añadida que proporciona responder depende: me hace independiente para optar a posteriori según sea mi parecer. No se trata de una respuesta vacía como piensan algunos, puesto que un depende siempre va acompañado del complemento que explica las circunstancias. En el fondo, el lenguaje se alía con nosotros para proporcionarnos una visión relativa de lo que sucede, lo que es muy útil en un proceso de coaching dado que el primer postulado de la Programación Neurolingüística reza que el mapa no es el territorio, es decir, vemos la realidad no como es, sino como somos.
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![]() En la Grecia antigua se pensaba que en nuestro cuerpo teníamos cuatro tipos de líquidos llamados ‘humores’ (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema) que relacionaban respectivamente con los cuatro elementos (aire, fuego, tierra y agua). El equilibrio entre estos líquidos significaba que la persona mostraba un carácter agradable y enfocaba la vida con actitud positiva. Es decir, estaba ‘de buen humor’. El ‘mal humor’ lo relacionaban con un exceso de alguno de los mencionados componentes, especialmente los dos tipos de bilis. Esta etimología es curiosa porque pone de manifiesto la relación evidente entre nuestro estado de ánimo y nuestra corporalidad. El mal humor, por regla general, produce ardor de estómago y una sensación desagradable de calor, y de ahí proviene nuestra expresión canaria ‘cogerse una calentura’. Por el contrario, algo inesperado o ante lo que permanecemos indolentes puede ‘dejarnos fríos’. ¿Y tú? ¿Estás hoy de buen o de mal humor? Toma conciencia de que al ser un estado de ánimo se trata de un estado que has elegido tener. Nadie ‘te pone’ de tal humor, eres tú quien escoges ese estado emocional dando poder a otra persona o cosa sobre ti, sobre cómo vas a sentirte, y eso lo haces diciéndote cosas en tu diálogo interno que te desempoderan. ¿Qué se te ocurre que te puedes decir que genere en ti un cambio de observador para experimentar el estado de ánimo que deseas y no el que quieren imponerte? Prueba con estas preguntas de desafío: ¿qué tiene de importante, decisiva o trascendente esa situación? ¿Qué efecto seguirá teniendo en ti dentro de un año, y de cinco, y de veinticinco? ¿Qué puedes decirte para modular a la baja ese nivel de tensión? ![]() La palabra “emoción” significa “lo que me mueve a la acción”. Cada emoción trae un mensaje de nuestro mundo interno y nos invita a hacer algo. Si bien Paul Ekman contabiliza hasta 17 emociones básicas, vamos a analizas las seis más sencillas de reconocer: -Alegría: se produce cuando sucede algo que nos causa placer. Nos mueve al disfrute y a repetir las acciones que han provocado el suceso que nos ha generado esta emoción. -Tristeza: surge cuando nos hacemos conscientes de que se nos cierran posibilidades de acción en el futuro. Nos invita a retirarnos para reconstruir nuestros planes valorando nuevas posibilidades. -Miedo: se da ante una amenaza del entorno. Tiene dos respuestas: huir o atacar. Si nos paraliza es porque nuestro cerebro no se decide a tomar alguna de estas opciones. -Asco: lo experimentamos ante algo que nos produce repugnancia. Genera una fuga para evitar entrar en contacto con patógenos que pueden causarnos daños orgánicos. También hay situaciones o personas que nos pueden generar esta emoción estimulando nuestro rechazo. -Ira: aparece cuando interpretamos que lo que está sucediendo va en contra de nuestros valores. Sirve para ponernos en marcha a fin de restaurar los sucesos conforme a nuestra forma de ver el mundo. -Sorpresa: es una alerta ante un estímulo externo que siempre precede a otra emoción. No hay emociones buenas o malas, y se distinguen del estado emocional porque son reactivas e inmediatas. En coaching no hablamos de controlarlas sino de gestionarlas, es decir, de tomar conciencia de qué hacemos con ellas cuando descubrimos su utilidad en nuestra vida. Un proceso de coaching puede ayudarte a comprenderlas y gestionarlas mejor. ![]() En coaching empleamos la distinción entre oír (captar sonidos que provienen del entorno) y escuchar (prestar atención a esos sonidos para comprender su significado). Cuando escuchamos activamente hay signos reveladores. Veamos algunos de ellos: - El contacto visual: cuando no se establece puede deberse a timidez, nerviosismo o una sensación de intimidación, si bien el contacto visual persistente puede ser considerado como agresivo si no va acompañado de otros gestos conciliadores, como puede ser la sonrisa. - El parafraseo: consiste en devolver al interlocutor parte del mensaje que estamos recibiendo en determinados momentos de la conversación para asegurarnos de que estamos comprendiendo lo que nos quiere decir. - No interrumpir: al hacerlo damos a entender que estamos más pendientes de nuestro diálogo interno que de prestar atención a lo que nos están diciendo. También es un signo de impaciencia terminar la frase de la otra persona antes de que ésta lo haga. - Silencio: hay quien siente tanta incomodidad que se apresura a llenarlo con palabras, si bien en un proceso de coaching el silencio es esencial para dejar que la persona reflexione. A no ser que se esté meditando, nuestra mente rara vez está en silencio, aunque nuestra boca no pronuncie una palabra. - Expresiones faciales: asentir, sonreír, ladear la cabeza ligeramente son signos de que estamos atentos a lo que se nos dice. Es difícil fingirlos durante toda una conversación si de verdad no nos interesa lo que se nos está comunicando. Puedes utilizar un proceso de coaching para mejorar tus dotes comunicativas pero es importante recordar que tan importante es saber expresarse como escuchar a quienes nos rodean. |
“Una creencia no es simplemente una idea que la mente posee: es una idea que posee a la mente”. (Robert Oxton Bolt) Archivos
Diciembre 2016
El lenguaje lo cambia todo: si digo "circunstancia" desdramatizo la situación que antes denominaba "problema". Así podré enfocar la solución de una forma más objetiva. |