![]() Imagina un iceberg, una montaña de hielo de la que sólo vemos en la superficie una pequeña parte de su totalidad. Figúrate que lo que asoma fuera del agua es el éxito, y que lo que se oculta en las profundidades es cuánto ha costado conseguirlo: sacrificios, decepciones, disciplina, dedicación, esfuerzo, perseverancia, aprendizaje, fallos… El triunfo no es gratis: requiere pagar un precio. Pero desafortunadamente, hay quien piensa que es posible lograr lo que se desea sin dar un palo al agua… En un proceso de coaching definimos tus metas y la hoja de ruta para que superes la distancia que te separa de ellas. Esto supone que tomes conciencia sobre el esfuerzo requerido para ponerte en marcha y sobre la cantidad de recursos que necesitas para alcanzar tu victoria. Hay quien se amilana porque considera que la energía que hay que invertir no compensa los resultados. Es una decisión legítima, si bien no se puede pretender disfrutar de la miel sin asumir el riesgo de que pique alguna abeja. Piensa en ciertos predicados de la publicidad: “consígalo sin esfuerzo”, “no renuncie al placer”, “páguelo sin darse cuenta”… Y frases por el estilo. Es un lenguaje falaz: dibuja un mundo idealizado en el que se nos invita a coger lo que nos apetece sin reparar en lo que cuesta. Idealizado e irreal, porque por muy atractivo que sea el paisaje adornado por ese “iceberg”, hemos de acercarnos con cautela para que no nos suceda como al Titanic y acabemos hundidos al chocar con la realidad. ¿Qué deseas conseguir? ¿Hasta dónde te quieres comprometer con el proceso para lograrlo? ¿Cómo vas a medir si vale la pena? ¿Qué pasa si no lo consigues? ¿Cómo cambiará tu vida cuando alcances tu meta?
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![]() Un viejo cuento chino relata la historia del pequeño Zhao, un niño que quedó huérfano de padre siendo muy pequeño y cuya madre, costurera, trabajaba día y noche para que él pudiera ir a la escuela. Lo malo es que a Zhao le gustaba holgazanear más de la cuenta y un día se cansó de estudiar, cogió sus cosas y regresó a su casa donde encontró a su madre tejiendo una pieza carísima en la que había invertido muchas horas de trabajo. Cuando la madre vio entrar a Zhao no se lo pensó dos veces: cogió unas tijeras y rasgó el tejido dejándolo inservible ante la cara asustada del chaval. “¡Hijo -dijo la madre- no te engañes: no estás tú ni la mitad de triste al verme destruir esta pieza que yo al ver que dejas la escuela!”. Zhao se sintió tan conmovido por aquel gesto que regresó inmediatamente a la escuela para convertirse en el mejor de los estudiantes. SacrificIo es renunciar a algo que es bueno por conseguir algo mejor. ¿Qué es lo que deseas alcanzar y qué supone para ti hacerlo? Sólo nos moveremos a la acción si se dan alguna de estas dos condiciones: que la recompensa sea lo suficientemente deseable y que el esfuerzo por conseguirla sea asumible aunque nos cause algún dolor. En un proceso de coaching analizamos no sólo qué es lo que quiere conseguir el cliente sino cuánto va a costarle hacerlo. Por eso es un acto de toma de conciencia, algo que va más allá de un “darse cuenta”: es asumir qué se está dispuesto a hacer o a dejar de hacer en pos de explorar nuestras zonas de expansión. ¿Y tú? ¿Cuántas veces actúas como el pequeño Zhao renunciando a tus proyectos hasta que descubres que esa renuncia supone más para ti que el esfuerzo de seguir adelante aunque te cueste? ![]() Si tu sistema nervioso funciona correctamente, en caso de que te des un golpe lo sentirás. Pues bien: las emociones son algo así como los placeres y los dolores de tu mundo interior. Figúratelas como amigas que te informan sobre lo que te está sucediendo dentro. Son reactivas, es decir, las sentimos como respuesta a un estímulo externo. Podemos gestionarlas cuando las identificamos y decidimos qué hacer con ellas porque en caso de que se enquisten pueden resultar inadecuadas en según qué situaciones. Las emociones básicas son seis: alegría, tristeza, miedo, asco, ira y sorpresa. Cada una de ellas puede convertirse, respectivamente, en un estado de ánimo patológico: la alegría en euforia; la tristeza en depresión; el miedo en fobia; el asco en un trastorno obsesivo compulsivo; la ira puede acarrear infartos, úlceras o hipertensión; y, finalmente, la sorpresa enquistada se convierte en shock. No hay emociones buenas o malas, puesto que todas te mueven (e-movere) a un paso adaptativo: la alegría, a repetir el suceso que la ha causado; la tristeza, a retirarte para reconstruirte tras la pérdida; el miedo a la fuga o al ataque; el asco a evitar introducir en tu organismo una sustancia que puede matarte; la ira a reestablecer el equilibrio de valores que crees que está en peligro; y, por último, la sorpresa a prestar atención dado que se ha producido un cambio en el entorno. La sorpresa, por cierto, es una emoción especial porque dura un cuarto de segundo y siempre precede a otra emoción. En un proceso de coaching analizamos tus emociones para ver de qué forma puedes gestionarlas de manera adecuada a fin de que se alineen contigo para la consecución de tus objetivos. ![]() La resistencia al cambio es fruto del apego. Nos sentimos fuertemente vinculados a personas, lugares, cosas o emociones, y esto no tendría por qué ser negativo si tales apegos no nos impidiesen alcanzar nuestras metas o emprender acciones en pos de nuevos desafíos. Lo único que no cambia es que todo cambia. Tenemos dos opciones: resignarnos a aceptar dichos cambios a regañadientes o liderarlos nosotros para que se alineen con lo que deseamos o necesitamos. Tengo la costumbre, antes de comenzar el año nuevo, de hacer una limpieza general que va mucho más allá de quitar el polvo: es una revisión en profundidad de lo que conservo y de lo que tiro, de lo que guardo y de lo que elimino. Incluso tradiciones ancestrales como el feng shui, por ejemplo, son taxativas: cuanto más espacio hagas en tu vida deshaciéndote de lo que ya no sirve, más atraerás una abundancia que, a su vez, te servirá para vivir también una renovación interior. Incluso psicológicamente, el quitar, tirar, regalar o reciclar tiene un efecto interno: estás pasando páginas, te estás dando permiso para “cambiar tu piel”, para abrirte a nuevas posibilidades. Cuesta trabajo imaginarse a los grandes líderes espirituales de la Humanidad, un Jesucristo, un Buda, un Gandhi, arrastrando consigo equipajes voluminosos. Cuanto más ligeros, más libres. Cuanto menos apegados, más serviciales. Cuando menos estancados, más fluidos. ¿Cuántas cosas guardas sin saber muy bien para qué? ¿Cuánto espacio te obligan a reservar? ¿Cuánto tiempo te roban? ¿Qué te están impidiendo recibir? ¿Qué hay detrás de tales apegos? ¿Acaso nostalgia? ¿Tal vez una sensación difusa de que lo guardas por si en un futuro lo puedes necesitar? |
“Una creencia no es simplemente una idea que la mente posee: es una idea que posee a la mente”. (Robert Oxton Bolt) Archivos
Diciembre 2016
El lenguaje lo cambia todo: si digo "circunstancia" desdramatizo la situación que antes denominaba "problema". Así podré enfocar la solución de una forma más objetiva. |